miércoles, 1 de julio de 2009

Los ojos de la tierra


Los ojos de la tierra, mi madre.


Esa tierra con hedor a muerte es la misma que te vio nacer, no es otra que tu madre. Húmeda y fría en el fondo, aunque también un manto cálido sobre los hombros al sol de verano. Raíces turbias se retuercen en sus profundidades, tenebrosos zarcillos como deseos sin cumplir que nunca saldrán a flote; se ahogan. Se ahogan arrastrando inocentes a su paso.
La tierra está muerta, la tierra sombría. La tierra está muerta pero sigue viva.
Anegada de agua, antaño fértil y ahora inundada pero estéril, odiada, penosa, también amada. ¿Cómo no iba a sentir compasión?
¿Cómo no acurrucarme bajo su manto nunca arropado? ¿Cómo no volver a sus brazos una y otra vez, si es la única que me ve llorar por dentro? En ella mi llanto fluye como río subterráneo…
Pero ya no me asustan sus temblores.


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