lunes, 22 de junio de 2009

El Cristo que lo fundó

EL CRISTO QUE LO FUNDÓ
El amor es la energía que mueve al mundo sensible. El amor no se crea ni se destruye. Sólo se transforma…en odio.

PRIMERA PARTE: LOS MANDAMIENTOS SEGÚN JACK (para sobrevivir en el infierno)

I.-No cuesta nada ser amable

La muchacha de grandes ojos oscuros sonrió satisfecha ante el espejo de cuerpo entero de su habitación. Al hacerlo, mostró sin querer sus dientes descoloridos y demasiado grandes, rubricados por el horrible corrector dental de color del hierro, y al instante siguiente frunció la boca en un rictus de disgusto. Era difícil convivir con los correctores dentales cuando una acababa de cumplir los quince años y lo único que quería—con gran atrevimiento y sólo a veces, en su imaginación—era sentirse toda una mujer, y no una mujer cualquiera…sino la más guapa, la mujer más bonita del mundo.
Margarita—pues ese era el nombre de nuestra joven mujer—se repetía a sí misma con insistencia el argumento de que “la-belleza-interior-es-lo-más-importante”, y no lo hacía sólo por consolarse…sino también porque intuía que algo de verdad habría en ello. Era una chica inteligente y con más madurez de la que cabía esperar en alguien de su edad. Pero a veces no podía evitar preguntarse cómo era posible que, si tan importante era la “belleza interior”, las compañeras más guapas de la escuela o de la urbanización donde vivía parecieran siempre más felices que ella, y con menos problemas. Y es que Margarita tenía la sensación de que arrastraba millones de problemas, todos ellos cargados sobre su espalda pesándole como una mochila llena de piedras mojadas. Aunque bien es verdad que no todas esas piedras tenían nombre…al menos en aquel momento.
Observando el leve temblor de su barbilla en la superficie pulida del espejo, así como la brevísima sombra de desesperación que cruzó sus ojos como una ráfaga, Margarita se alisó el vestido amarillo—sólo se lo ponía para ocasiones especiales, y ella deseaba en su fuero interno que aquel domingo fuera “especial”—y dio una vuelta completa sobre sus zapatitos de charol algo desportillados. Dándole la espalda al espejo, se asomó por encima de su hombro para ver si el lazo trasero del vestido estaba bien hecho (con los extremos cuadrados y gruesos, como a ella le gustaba, y las cintas sobrantes de la lazada colgando rectas, suavemente, a lo largo de las jaretas verticales de la falda), y asintió para sí misma con aprobación: sí, estaba todo correcto. Qué bonito vestido. Lástima que ella fuera tan fea.
Se había peinado el cabello de infinitas formas, tratando en vano de buscar aquel peinado que más le favoreciera. Tiempo perdido pues, a medida que lo intentaba una vez tras otra se había ido desesperando, y el pelo se le había comenzado a ensuciar—se le ponía grasiento con facilidad—de tanto tocárselo. Finalmente, cansada de tantos intentos fallidos, había decidido calarse una diadema de hojalata adornada con pequeños brillantes —de “culo de vaso”, como diría su madre—y a pesar de que su flequillo rebelde se empeñaba en escaparse y en sobresalir del entramado de cristalitos, la muchacha no quedó del todo descontenta con el resultado.
Colocó por enésima vez los cuatro pelos rebeldes que se empeñaban en salirse del límite marcado por la diadema, y asintió de nuevo ante el espejo con fugaz aprobación, disponiéndose a bajar al recibidor donde ya la esperaban sus padres y hermanas para ir a la iglesia.
Todos los domingos sin excepción se ejercía la práctica del catolicismo en la familia de Margarita. Y ay del que no estuviera listo a tiempo para tal fin...
La muchacha asió el pasamanos de la escalera con cierta inseguridad pero, cuando puso un pie en el primer peldaño, la ilusión de ser una princesa de cuento de hadas le embargó como una nube de algodón de azúcar –¡qué vestido tan bonito llevaba, qué linda se sentía ahora que no estaba el espejo delante para juzgarla!—y bajó las escaleras casi sin rozarlas, con la impresión de que volaba por encima de la madera brillante…ocho, siete, seis escalones…cinco, cuatro, tres...
Sonrió con gesto abobado sin poder evitarlo.
No obstante, la nube perlada de caramelo se esfumó de pronto en cuanto escuchó una carcajada desabrida, semejante a un graznido, procedente del rellano.
--¿Dónde vas con esa pinta? Pareces una paleta vestida de gala para las fiestas patronales…
El que había lanzado aquellas palabras como dardos era el Sr. López--el padre de Margarita--un intachable abogado que ejercía de ejecutor de hijas en sus ratos libres.
Margarita se quedó petrificada a medio camino entre la escalera y el recibidor, intentando procesar la información que acababa de recibir.
Se oyeron unos pasos apresurados, un taconeo febril acercándose peligrosamente por el pasillo. Poco después la Sra. López—la madre de Margarita—asomó su cabeza de avestruz por el arco de la puerta, mientras se ponía el abrigo apresuradamente y contemplaba a su hija mayor con los ojos como platos.
--Desde luego, hija mía…
Margarita parpadeó aturdida y retrocedió como si la risa de su padre la hubiera golpeado en el pecho. ¿Una “paleta”? ¿Una “paleta en las fiestas patronales”? Jamás se le habría pasado por la cabeza que pareciera una “paleta”…oh, dios… ¿realmente lo parecía?
--¡Quítate ese vestido inmediatamente!—recriminó la Sra. López, con el entrecejo surcado por una enorme arruga vertical—ponte algo más…menos… --buscó desesperada la palabra exacta en su cabeza--¡ponte otra cosa!...así vas muy “de vestir”…
--Pero…--musitó Margarita, sobrecogida de pronto por la vergüenza.
--No, déjala—el Sr. López negó tajante mientras consultaba su reloj—no llegaremos a tiempo, mejor que salga así…vaya esperpento, ¡menudo culo te hace!—añadió volviéndose hacia su hija, a punto de estallar de nuevo en carcajadas—parece una mesa camilla, ¿no crees?
Como si todo aquello formara parte de una pesadilla en la que el sueño de Margarita se hubiera transformado de golpe, su hermana menor se echó a reír a su vez.
--Venga, culo bomba, muévete…que llegamos tarde…
--No insultes a tu hermana, cielo—regañó amablemente la Sra. López al pequeño monstruo que acababa de hablar.
--Eh, además… ¡esa diadema es mía!—ladró Irina, la hermana mediana, en cuanto hizo su entrada en el recibidor ataviada con una minifalda formato cinturón muy propia para el oficio—me la compré yo en los chinos la semana pasada…
Aquello ya era demasiado.
--¿La semana pasada?—inquirió Margarita girándose hacia ella, con una chispa de frustración en los ojos--¡Te la compraste hace dos meses! Y no te la has puesto nunca…
--Es igual—sentenció su hermana, elevando el tono de voz--¡Devuélvemela! Es mía…
Y de un tirón seco despojó a la princesa de su corona, tan fácilmente como el viento barre las hojas secas del suelo que ya no sirven para nada, con la velocidad del “visto y no visto”. El cabello lacio y algo sucio de Margarita se derramó sobre sus hombros y el engorroso flequillo se encabritó de nuevo por encima de su frente.
--Por el amor de dios, ¿es que siempre tenéis que estar peleándoos…?—Suspiró una airada Sra. López mirando al techo.
--Mamá, la diadema es mía…
--Ya, bueno—concedió ésta con gesto cansado, abriendo la puerta de la casa para que saliera su marido que ya comenzaba, silencioso, a impacientarse (y eso no era conveniente, de ninguna de las maneras) —Venga, vámonos. Y tú péinate un poco—dijo a Margarita con tono glacial—haz algo con ese pelo…
Con lágrimas agolpadas al borde de sus ojos, Margarita se alisó el cabello como pudo a tiempo para sentir como Irina, con gesto triunfal, le deshacía el lazo del vestido y de un empujón la apartaba para salir.
Podía haberse defendido…podía haberla empujado ella a su vez…
Pero el dolor, tan fuerte como el de una puñalada en carne tierna, habitualmente la paralizaba.
Y, por otra parte, empujar a su hermana hubiera desatado una nueva pelea que tal vez trajera como consecuencia los gritos y la mano larga de mamá, o en el peor de los casos la ira de papá…y eso no era aconsejable, más aún cuando querían llegar puntuales a la casa del Señor. No era conveniente.





II.-Nunca dejes de buscar, con más razón si estás perdido.

La lluvia se estrellaba contra la calzada sucia cuando el Sr. López estacionó su flamante coche delante de la iglesia, una construcción moderna de ladrillo en el centro del pueblo. El edificio se erguía desafiante, con la frescura de lo nuevo, entre el resto de pequeñas casitas de piel vieja que se agolpaban unas contra otras como si tuvieran frío. Resultaba algo desolador a la luz amarillenta que traspasaba las nubes como borrones de suciedad; la inmensa torre central parecía querer arañar el cielo con sus violentas aristas, coronada por una sencilla cruz latina de hierro negruzco y bordes afilados que rasgaban el aire.
Las estrechas ventanas de vidrieras le daban al edificio un aire de monstruo que contemplara el mundo a través de una doble hilera de ojos de alcantarilla; la gran puerta como la boca siempre abierta en espera del rebaño.
Jack, cansado a causa de su eterno viaje, apoyó la espalda en la pared exterior de la cafetería que se hallaba frente a la iglesia, y recorrió con los ojos la ancha avenida. No buscaba nada en concreto pero el hecho es que deseaba con toda su alma encontrar algo… aunque lo cierto era que no sabía qué.
Esa sensación de “falta”, esa necesidad acuciante de hallar ese algo sin nombre le acompañaba las veinticuatro horas del día, desde que se despertaba empapado en sudor hasta que lograba cerrar por fin los ojos y descansar de nuevo en espera del día siguiente. Y también, por supuesto, impregnaba sus sueños. De hecho, Jack estaba tan acostumbrado a aquella sensación que ya ni siquiera la advertía…por increíble que pueda parecer, apenas era consciente de su eterna búsqueda.
Respiró hondo, llenando sus pulmones de aire empapado de lluvia, sintiéndose como una figura de papel en un inmenso teatro…
Y entonces la vio.
Aquella muchacha salía vacilante del coche, con un vestido demasiado estridente para el neblinoso día, caminando algo rezagada del resto de su familia con los hombros hundidos como si quisiera que la tierra se la tragase y los ojos fijos en el suelo. La reconoció inmediatamente: era una extraña, como él. Extraña como una lágrima de fuego en un paisaje de icebergs y mareas de agua helada. Extraña como una mala hierba que se abre camino en medio del desierto.
Jack se adelantó unos pasos movido únicamente por su instinto, saliendo del toldo verde que le protegía. La lluvia mojó sus cabellos rubios y algunas gotas quedaron prendidas en los desordenados mechones como pequeños diamantes. Entornó los ojos para observar con detenimiento a aquella niña triste que parecía salida de un húmedo infierno, y sintió la pulsión de seguirla, de hablarle…
Pero en cuestión de segundos la muchacha se fundió con la masa de gente que se agolpaba a las puertas de la iglesia, y su vestido amarillo desapareció con un aleteo de la vista de Jack, quien se hallaba anclado misteriosamente al suelo como si sus pies estuvieran atrapados en un bloque de mármol.


III.-Siempre hay una salida.

--No te sientes a mi lado, “culo-bomba”—susurró Irina con regocijo al tiempo que daba un codazo a su hermana, moviéndose sin hacer ruido por entre los bancos de madera llenos de fieles que tomaban asiento.
Alina, la hermana más pequeña, sofocó una risita cuyo eco reverberó en las paredes de piedra.
--Chissss—recriminó la Sra. López, buscando con la mirada un sitio en la abarrotada iglesia—callad. Irina, deja de reír que nos está mirando la gente…
--¡Nos está mirando por la pinta que tiene ésta!—protestó la aludida con una carcajada quebrada.
Margarita enrojeció en silencio y, en un súbito espasmo de rebeldía, levantó los ojos húmedos hacia su hermana.
--Será por la pinta que tienes tú—le espetó con los dientes apretados.
Irina la miró con sorna.
--Yo por lo menos no parezco una paleta de pueblo con cara de caballo… ¡Gorda!—silbó en un susurro casi inaudible.
El rostro de Margarita comenzó a arder, y sus puños se crisparon atravesados por oleadas de rabia caliente y burbujeante.
--Y yo por lo menos no parezco una golfa…--replicó en un tono de voz más alto, lo suficientemente alto para que el señor López volviera la cabeza y enfrentara su mirada de hielo contra los ojos de su hija mayor.
--¿Qué es lo que le has llamado a tu hermana?—bramó en un susurro amenazante, deteniéndose en seco.
Margarita no respondió.
--Me ha llamado “golfa”, papá—se quejó Irina con un mohín de mapache indefenso.
El señor López apretó los labios hasta formar con ellos una fina línea, su rostro de pronto transformado en una máscara de furia sorda.
--Esto lo hablaremos en casa—murmuró, y siguió andando con paso firme, sus pisadas como el restallar de un látigo sobre el suelo de baldosas, amplificado su sonido por la acústica del lugar.
Irina avanzó a saltitos rápidos detrás de él, mirándole con veneración, y Margarita se encogió de miedo. Un escalofrío de terror recorrió su cuerpo desde las puntas de los pies hasta el último pelo de su cabeza, pasando por sus corvas, nalgas y ascendiendo por su columna vertebral, derribando sus pocas o nulas defensas. “Lo hablaremos en casa”…dios mío, ella sabía lo que significaba aquello.
De pronto, los contornos parecieron difuminarse ante sus ojos y se sintió prisionera en el mismísimo infierno, las calderas ardientes clamando por escaldar su piel hasta arrancársela de los huesos. Sintió un profundo dolor que raudo como una centella se anudó en su pecho, oprimiéndolo. La angustia le atenazaba la garganta…empezó a tener dificultad para respirar. El techo de la iglesia, cóncavo y pinchudo como un gigantesco embudo invertido, amenazaba con desmoronarse sobre su cabeza…
Sin saber demasiado bien lo que hacía, huyendo como un animal enloquecido, comenzó a correr en dirección a la salida de aquel agujero, esquivando los apretados bancos y apartando a su paso manos y cuerpos que se interponían en su camino.
“Pero dónde vas, imbécil” escuchó la airada voz de su madre a lo lejos…
Margarita siguió corriendo, y no paró de correr hasta que abandonó aquel horrible escenario de pesadilla.



IV.-Un extraño puede ser un buen compañero de viaje.

Boqueando ya fuera de la iglesia, aminoró la marcha sin querer dejar de huir y volvió la cabeza para comprobar si la seguía alguien. No, por fortuna la entrada del horrendo edificio se hallaba prácticamente desierta; no en vano la misa acababa de comenzar…
Respiró hondo, aliviada por primera vez desde que salió de casa, y dejó que la brisa de la plomiza mañana refrescara el sudor de su frente, limpiando su rostro con cada ráfaga de lluvia. Fuera de la iglesia, el mundo parecía distinto, apacible, fresco…
Pero necesitaba alejarse más, apartarse de aquel lugar.
Aún le dolía el alma, y aún le duraba el odio. El odio producto de aquella horrible, desgarradora pena por no ser comprendida, ni respetada, ni querida. No comprendía por qué le tenía que ocurrir aquello, y esa ignorancia la transportaba irremediablemente al callejón sin salida de la culpa, donde en letras de neón se leía, sobre las sucias paredes, que ella era un error, un error torpe e incapaz. Esa era la explicación a todo, la respuesta final: por eso no la respetaban, ni la entendían, ni la querían. Ella era un error y lo sería siempre a los ojos de cualquiera.
Avanzó presurosa y cruzó la calle a lo loco, sin mirar. Por fortuna ningún vehículo pasaba en aquel momento…
Se dio cuenta de que gruesas lágrimas brotaban de sus ojos, sin freno, anegándolos e impidiéndole ver la calle mojada, las casas, las personas…se secó las mejillas con rabia y siguió caminando, con la espalda encorvada por el miedo incipiente que se iba abriendo camino en su interior. Dios santo, ¿qué era lo que había hecho? Había escapado de la iglesia y eso era peor que replicar a su padre en su mismísima cara…cuando saliera su familia de misa ella iba a saber lo que era bueno… ¡no podían encontrarla! No podía dejar que la encontraran…
¿Pero qué hacer? ¿Dónde esconderse?...no tenía nada, no tenía dinero ni nadie a quien acudir…ni sitio donde refugiarse…

--¿Qué te pasa?
Aquella pregunta, pronunciada despacio por una voz suave cargada de sincero interés sacó a Margarita de su ensimismamiento.
Se giró para comprobar si le hablaban a ella…
Y lo que vio, sin saber por qué, la sobrecogió.
El que había hablado era un muchacho alto, aproximadamente de su edad--quizás algo mayor-- de cabellos rubios y piel pálida que mostraba un extraño resplandor perlado bajo la lluvia. Una camiseta azul oscuro caía sobre su cintura, formando descuidados pliegues por encima de unos pantalones vaqueros descoloridos cuya tela se veía reblandecida, como si dicha prenda hubiera sido lavada y vuelta a lavar un millón de veces. Por debajo de las deshilachadas perneras asomaban las puntas de unas zapatillas desgastadas, cuyo color era difícil de determinar pues se había fundido con toneladas de polvo y barro reseco.
La cara del muchacho, enmarcada por mechones de pelo mojado que se le pegaban a las sienes, parecía querer sonreír, pero no terminaba de hacerlo del todo.
A primera vista parecía un chico normal, algo desaliñado tal vez pero… había algo…había algo extraño en él, algo procedente de otro mundo y sin embargo terriblemente cercano; una llama verdosa en sus ojos que fue lo que a Margarita le hizo detenerse y quedar atrapada en aquella mirada como en una tela de araña, como si el desconocido le acariciara el alma sin su permiso. Y sintió también, durante una fracción de segundo, que mirar los ojos de aquel chico era tan real y violento como reflejarse en un espejo.
--¿Me hablas a mí?—consiguió musitar, algo incómoda, manteniendo las pupilas fijas en aquellos ojos de halcón viajero.
Él asintió y se aproximó un poco más, con cierta timidez.
--Claro…--respondió en tono vacilante, como si súbitamente le diera algo de vergüenza admitirlo—no hay nadie más por aquí.
--¿Te conozco?—Margarita arrugó el entrecejo. No estaba acostumbrada a que un extraño la abordase de aquel modo, en plena calle.
El muchacho sonrió levemente y sacudió la cabeza. Un rayo de sol emergió de pronto del cielo, arrancando destellos violetas de los densos nubarrones y otorgando a su cabello y sus ojos una tonalidad casi traslúcida. Pareció de pronto un ángel desarrapado que resplandecía en medio de los tonos grises de la calle.
--No, creo que no—respondió en voz baja—Sólo…
Margarita le miraba sin comprender demasiado. “Si no nos conocemos, ¿por qué me has hablado entonces?”
--Sólo que…te he visto salir corriendo de la iglesia y me ha parecido que llorabas…--concluyó el chico, las palabras agolpadas en la boca con un deje de ansiedad—y me preguntaba si necesitarías ayuda…
Yo también la necesito…
Margarita retrocedió imperceptiblemente, sorprendida. ¿Un desconocido le ofrecía ayuda? ¿Cómo era aquello posible? Jesús, ¿Tan desesperada parecía que despertaba lástima a los ojos de los demás? Una nube de vergüenza enturbió su rostro.
--No…--musitó desviando la mirada hacia la acera—no necesito ayuda, gracias…
Y se giró con abatimiento para continuar andando, rumbo a ninguna parte.
--No, espera, no te vayas…--la llamó el desconocido—todos necesitamos ayuda en un momento dado. Eso no es malo. Hoy por ti y mañana por mí…
“¿Hoy por ti y mañana por mí?” la muchacha se detuvo en seco. Se giró despacio y contempló de nuevo a aquel chico rubio de gesto amable que la observaba unos pocos pasos más allá.
--Podemos tomar algo…aquí vamos a empaparnos…
“¿Tomarnos algo?” ¿Pero qué demonios quería ese chico? Margarita se preguntó si estaría loco, o si se estaría riendo de ella (esto último era con mucho lo más probable). Sin embargo, se aproximó al joven, vencida por una atracción que se empeñaba en disfrazar de simple curiosidad. Algo en su interior se agitaba y le gritaba que no debía marcharse…
--¿Tomarnos algo?—elevó la voz para hacerse oír por encima del repiquetear de la lluvia—pero si ni siquiera sé quién eres…
El desconocido suspiró aliviado—Margarita no supo por qué—y una ancha sonrisa cruzó su pálido rostro de oreja a oreja. Era una sonrisa franca, sincera, sin rastro de propósitos ocultos y exenta de ironía.
--Eso tiene remedio—dijo tendiéndole una mano—soy Jack. Jack Bradley.
Tras un breve relámpago de duda, Margarita estrechó la mano del chico. Un dulce calor anidó entre sus dedos cuando sintió el suave contacto, la leve presión de la piel contra piel. La mano de Jack era más grande que la suya, de palma ancha y benévola, en cierto sentido protectora. Margarita pensó que resultaba muy agradable darle la mano, e inmediatamente se preguntó cómo sería abrazarle…apartó de su mente esta última idea tan rápido como la percibió, horrorizada. Todo aquello era tan extraño…
Soltó lentamente la mano de Jack y contempló, muda, la expectante mirada del chico. La realidad se le antojó de pronto difusa y burlona, como el paisaje de un sueño cambiante y extraño.
--Bueno, entonces…vamos a tomar algo—insistió el muchacho señalando con una inclinación de cabeza la cafetería que había a pocos metros—aunque sólo sea por ponernos a cubierto…
--Bueno…--reaccionó Margarita sin demasiado convencimiento—pero aquí no…
--¿Por qué no?—preguntó Jack.
--Porque está demasiado cerca de la iglesia…--respondió ella—y no quiero que mis padres me vean cuando salgan…
--¿Estás huyendo de tus padres?—inquirió el chico en tono neutro, con la misma inflexión con la que le hubiera preguntado de qué color eran sus zapatos.
Margarita tragó saliva y miró temerosa hacia atrás. El sólo hecho de recordar la desbandada anterior y el rostro iracundo de su padre le había agitado el alma.
--Más o menos…
--Bueno—resolvió Jack encogiéndose de hombros—iremos a otro sitio entonces.
Y echó a andar en línea recta siguiendo el trazado de la avenida, a paso resuelto, sorteando los charcos a grandes zancadas. Margarita, sin dejar de dudar, finalmente se decidió por seguirle.
--Pero no tengo dinero…—se le ocurrió súbitamente cuando le alcanzó y se situó a su lado.
--No te preocupes por eso—sonrió Jack fugazmente, aminorando el paso—yo tengo algo…


V: Antes de hundirte, camina. Camina y corre si es necesario.

Caminaron a lo largo de la avenida principal y se desviaron a mano izquierda, atravesando una estrecha y silenciosa calle lateral. La iglesia desapareció de su vista, escapando Margarita por fin de aquellos acusadores ojos de monstruo. Prosiguieron andando durante varios minutos, en silencio, alejándose del centro del pueblo. Margarita tenía la sensación de que las callejuelas se estrechaban cada vez más, como si fueran a engullirla. En ocasiones, ambos tenían que replegarse hacia la pared exterior de los edificios para evitar el reguero de agua que caía rebosando desde los aleros de los tejados de las casas.
Tras caminar unos veinte minutos más, Jack se detuvo delante de un pequeño establecimiento donde se leía en letras amarillas sobre un cartel algo desvencijado: “Bar La Peonza”. Los destellos de las máquinas tragaperras brillaban a la luz plomiza a través de los cristales de una gran ventana, y en el interior se podían ver unas cuantas mesas de madera, todas ellas desocupadas a aquella hora como por arte de magia.
--¿Te parece bien aquí?—preguntó Jack contemplando el cristal manchado de lluvia, como tratando de analizar cada rincón del pequeño bar—aquí estamos más lejos…
--Bueno…—repuso Margarita encogiéndose de hombros, sin tenerlas todas consigo.
--¿Entramos?—preguntó el muchacho, con la mano ya asiendo el gran picaporte cuadrado de la puerta.
--No sé…
Margarita no se sentía con valor para mirarle de nuevo a los ojos. ¿Qué hacía ella allí, dios santo, con un chico tan guapo y que no conocía de nada? Parecía amable, pero en cualquier caso era sencillamente absurdo que tuviera algún interés en ayudarla…y además, en el hipotético caso de que fuera cierto, ¿Cómo la iba a ayudar?...él no sabía nada de su vida, ¡ni siquiera ella misma sabía lo que necesitaba!…
--Venga, mujer—sonrió Jack soltando el tirador de la puerta para situarse frente a la muchacha—no muerdo…
Margarita dejó escapar un suspiro sin poder evitarlo, manteniendo la mirada clavada en el suelo. Poco a poco levantó los ojos hacia los de Jack, que parecían esperar su decisión final con infinita paciencia. Leyó de nuevo amabilidad (sin motivo) y bondad en aquellos ojos…además de la sombra extraña de “cansancio y algo más” que los emborronaba, como si Jack hubiera visto demasiadas cosas en muy poco tiempo, o algo que no debía ver.
“¿No muerdes?” pensó temerosa “¿seguro?”
--Vamos chica, te estás empapando…--murmuró él, tocándole el hombro con ternura y cierta torpeza.
A continuación, asió el tirador de la puerta con decisión y la mantuvo abierta, mientras alargaba la mano que le quedaba libre para tendérsela a Margarita, quien la asió con gesto vacilante.
--Eso es, tranquila…--Jack esbozó una sonrisa y asintió, tirando suavemente de ella hacia el interior del local en penumbra.







VI.-Cualquier lugar es bueno si se está con la persona adecuada.

En el interior de la tasca olía a fritanga, a tabaco y a bollería rancia. Numerosos papeles y envoltorios, así como servilletas arrugadas hechas un buruño y restos de colillas y palillos de madera se acumulaban a los pies de la barra, en el centro del local, flanqueada por taburetes de tapicería desconchada bajo la que se adivinaban bocados de gomaespuma amarillenta.
Un par de moscas revoloteaban en torno a una bandeja de churros de aspecto gomoso, sin decidirse al parecer sobre cuál de ellos posarse. En el aire enrarecido flotaba una musiquita monótona procedente de un aparato de radio que reposaba sobre un estante, como si fuera una pequeña garrapata negra y chillona en medio de aquel ambiente solitario desprovisto de vida. De hecho, el local en sombras parecía parte de un cuadro de “naturaleza muerta”, pensó Jack.
No bien hubo matizado esta idea en su cerebro cuando, de pronto, una cortina de cuentas que había detrás de la barra se movió con un repiqueteo y asomó la cabeza un camarero enjuto y cetrino.
--Hola…--saludó Jack.
--No tengo cambio—graznó el camarero, señalando con una inclinación de cabeza la máquina de tabaco.
--No, no…--se apresuró a añadir Jack. Y se volvió hacia Margarita--¿qué quieres?—le preguntó.
--No sé…una coca-cola…
El camarero se giró con un ademán robótico y extrajo una botella de coca-cola de debajo del mostrador.
--Una coca-cola y un café con leche, por favor—terminó Jack educadamente.
--Doscientas pesetas—anunció el barman sin mirarles, mientras accionaba con un golpe seco la máquina de café.
Jack hurgó a su bolsillo y sacó unas monedas. Pagó, y ambos se dirigieron a una mesa en una esquina del local, junto a la ventana. Fuera, la brisa se había transformado en viento que agitaba con furia las copas de los árboles, arrebatándoles las pocas hojas que aún les quedaban en sus ramas como brazos abiertos.
--Estás empapada…--comentó Jack mientras sorbía despacio su café. A Margarita le pareció de pronto mucho mayor de lo que había creído de inicio.
--¿Cuántos años tienes?—le pregunto súbitamente con sincera curiosidad.
Jack sonrió, sus pupilas centellearon durante un segundo.
--¿Cuántos crees que tengo?—preguntó a su vez.
--No lo sé…
--Vamos… ¿cuántos me echas?
Margarita agachó la cabeza y fingió jugar con el cristal verdoso de la botella de coca-cola.
--No lo sé…--titubeó cohibida—veinte…diecinueve tal vez…
Su primera impresión había sido otra; lo primero que pensó fue que Jack tenía aproximadamente su edad, pero… ahora que se fijaba más y le miraba más de cerca…
Jack rió con ganas.
--No tienes muy buen ojo, lo siento…--respondió apartándose de la frente un mechón de pelo rebelde—tengo dieciséis.
Margarita le miró a los ojos, algo sorprendida.
--¿En serio?
--Te lo juro—contestó él—si no te lo crees, puedo enseñarte el DNI…
--No, no…--rechazó ella—no hace falta…
Jack sonrió y metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros, que parecía ser el pozo de las maravillas de lo interminable que era. Rebuscó durante unos segundos y finalmente extrajo la delgada tarjeta plastificada y se la pasó a Margarita, desoyendo la negativa de ésta.
--Mira, compruébalo…--la alentó sin dejar de sonreír.
Con la tarjeta anaranjada en la mano, Margarita verificó la fecha de nacimiento de Jack Bradley…era cierto, sólo tenía dieciséis. Observó la foto durante unos instantes y por primera vez desde su encuentro con Jack, sonrió un poco.
--Oye Jack, ¿de dónde eres?—se aventuró a preguntar. Al parecer, a su compañero de huída no le molestaba que le hicieran preguntas…--quiero decir, por tu nombre y tu primer apellido…no eres de aquí, ¿verdad?
El muchacho asintió y volvió a guardarse el DNI en el bolsillo, sin dejar de mirar a Margarita.
--Nací en Londres—respondió—mi padre era inglés. Mi madre era española, pero se marchó a vivir a Inglaterra por cuestiones de trabajo y allí conoció a mi padre.
A Margarita no le pasó desapercibido que Jack hubiera utilizado el verbo “era” en lugar de “es”…pero por alguna razón, prefirió no ahondar en el tema y no hizo preguntas al respecto.
-- …Yo llevo más o menos un año viviendo en España—continuó él—con mi tío…
--¿Vives cerca de aquí?—inquirió Margarita como un relámpago. En realidad, el pueblo donde se encontraban era pequeño; no tan pequeño como para que todo el mundo se conociera, bien era cierto, pero ella no recordaba haber visto a Jack nunca por allí… de haberlo visto, lo recordaría. Se hubiera fijado.
Jack sonrió de nuevo y miró a Margarita con una chispa juguetona en los ojos.
--Eso son muchas preguntas…--respondió—y yo aún no te he preguntado nada a ti…
Margarita bajó los ojos por enésima vez. Jack alargó la mano y rozó durante un instante los dedos de la joven, que parecían estar siempre tensos, engarfiados por el nerviosismo.
--Era una broma…--su sonrisa se hizo más amplia, más amable—sí, vivo cerca. Más o menos. A unas cuantas calles de donde estamos ahora, en realidad… ¿tú vives cerca también?
--Sí, sí…--respondió la muchacha rápidamente—vivo a diez minutos andando de la iglesia…aunque mi padre siempre prefiere ir en coche…
Al decir aquello, Margarita esbozó un conato de sonrisa amarga y pareció de pronto muy triste.
Jack removió despacio lo que le quedaba de café, pensando cómo hacerle a aquella chica la pregunta que tanto le inquietaba.
--¿Por qué llorabas…?—dijo al fin, y sin embargo, nada más abrir la boca se dio cuenta de algo quizá más importante que había pasado por alto—por cierto, todavía no me has dicho tu nombre…
La chica se tapó la boca para disimular una sonrisa de conejo.
--Es verdad…--admitió--me llamo Margarita.
--Vaya…--asintió Jack—bonito nombre…
Ella sacudió la cabeza con energía.
--Lo odio.
--¿Por qué?—se extrañó el chico.
Margarita suspiró y bebió un trago de su coca-cola.
--Me llaman “señorita A-Marga-da”—dijo con hastío—“Marga-rina”…cosas así.
Jack rió y meneó la cabeza.
--¿En serio?...pero, ¿quién te llama esas cosas?
--Mis hermanas—repuso ella encogiéndose de hombros—sobre todo mis hermanas. Y me llaman cosas peores…
--Vaya…--murmuró Jack--¿Como cuáles?
--Culo bomba, cara caballo, gorda…--enumeró Margarita recordando los insultos de aquella mañana. Nunca pensó que le confesaría aquello a nadie, ni mucho menos con tanta facilidad—Fea, mesa camilla, imbécil, idiota, “ferretería”…
--¿Culo bomba?—preguntó Jack abriendo mucho los ojos--¿Ferretería?... ¿y eso por qué?
--Culo bomba es porque tengo el culo gordo—explicó ella con una sonrisa triste de resignación—y…lo de ferretería es por el aparato…el de los dientes.
Al decir esto se señaló la boca cerrada, sin atreverse a mostrarle a Jack su corrector dental.
Él la observó durante unos instantes, como procesando aquella nueva información.
--Vaya…--reiteró—pues…yo no creo que tengas el culo gordo…y “Margarita” me parece un nombre muy bonito…
--Es horrible.
--No…no digas eso. A mí me gusta.
--Ya, claro…seguro.
--Sí—Jack asintió vehemente—me gusta, en serio.
Ambos callaron durante unos instantes, Margarita mirando a algún punto perdido detrás de la ventana, Jack concentrado en los posos de su café.
--Y tú… ¿qué les dices?—preguntó él tras el breve lapso de silencio, buscando los ojos de su compañera y tratando de encontrar alguna semejanza entre su rostro y el de un caballo, sin conseguirlo—quiero decir, cuando ellas te insultan…
Margarita torció el gesto como para tratar de esconder una emoción muy fuerte.
--Nada…
--¿Nada?
--No…--murmuró ella--no les digo nada. Hay problemas…con mis padres.
Jack asintió levemente.
--Creo que te entiendo.
La muchacha sonrió un poco sin despegar los labios y negó con la cabeza.
--No…--susurró, de nuevo con la mirada fija en la botella de coca-cola—no creo que me entiendas…
Y según se escuchó a sí misma decir aquello, arreció dentro de sí una súbita tormenta y sintió unos deseos irrefrenables de llorar. Maldijo hacia dentro sin decir una palabra y apretó los labios con rabia, sin saber adónde dirigir sus ojos de pronto ardientes y sobrecargados.
Jack se movió un poco en su asiento, algo incómodo. Margarita lo notó y pensó que, para variar, el pobre chico no sabría donde meterse ante aquel inicio de llanto repentino, la súbita rojez de sus mejillas y el brillo de sus ojos que tanto delataba lo que sentía…pero nada más lejos de la realidad. Lo que a Jack le incomodaba era otra cosa.
Por un lado se veía venir que las emociones de la chica iban a aflorar de un momento a otro, aunque a decir verdad no esperaba que se le saltasen las lágrimas en ese preciso momento… y le trastornaba no saber qué decirle a Margarita, cómo actuar, qué hacer para que se sintiera al menos un poco mejor. Estaba desorientado. Se daba cuenta de que esos insultos, por ejemplo—que para él eran una auténtica chorrada—formaban parte de una larga historia que él desconocía, y por más que se esforzaba no podía ver más allá.
Por otro lado…comprobó horrorizado que la chica despertaba en él una ternura tal que el deseo de ayudarla se había ido transformando, sin él darse cuenta, en otra cosa. Se preguntó cómo era posible que la fragilidad de Margarita, tan a flor de piel, desatara de un modo tan primario su excitación… sí, Jack se revolvía inquieto contra el cosquilleo que sentía de pronto en cada poro de su piel, tratando en vano de disuadir a su cuerpo de aquellas sensaciones. Pero no podía hacer nada. Se preguntó con espanto si sería un sádico cuando percibió la dureza que se insinuaba debajo de sus pantalones, y desvió a su vez los ojos, muerto de vergüenza. “Dios, espero que no se me note”, fue lo único que se sintió capaz de pensar, con verdadero terror.
Luchó a brazo partido durante unos segundos contra aquella pulsión que encabritaba su sangre e inflamaba su sexo sin saber por qué…e hizo acopio de valor para mirar de nuevo a Margarita, quien lloraba ya abiertamente, aunque sin sollozar, incapaz de reprimir las gruesas lágrimas que rebosaban de sus ojos.
Menudo espectáculo—se recriminó a sí mismo—ella llorando y yo…
Margarita, por su parte, no podía contenerse; del mismo modo que a Jack le costaba un triunfo mantenerse tranquilo. Ella había detectado por el rabillo del ojo la mirada esquiva del muchacho y la había interpretado como desprecio…y eso había sido la gotita que faltaba para desmoronar su precario dique; si aquel chico desconocido había acariciado por un momento la sola posibilidad de que ella mereciera la pena, por la razón que fuera, ahora desde luego se había ido todo al garete gracias a su asquerosa debilidad…
Jack se mordió los labios con preocupación.
--Margie…--murmuró mientras retorcía los pies por debajo de la mesa, tratando de ocultar su nerviosismo—oye…igual no te fías de mí…pero puedes contarme lo que quieras…
--Lo…lo siento…--dijo ella sin mirarle, con un hilo de voz, absorta en contenerse.
--¿Por qué?—musitó Jack—no, no lo sientas…está bien…
Margarita se encogió sobre sí misma, como si quisiera que el vestido amarillo de la discordia se la tragase.
--Me siento ridícula…
Con un gesto impulsivo, Jack alargó el brazo y estrechó la mano de Margarita entre las suyas.
--No te preocupes, no pasa nada—murmuró—tranquila. Tranquila…


VII.-Llorar libera el alma.

La voz de Jack fue como un bálsamo para Margarita, que se dejó llevar por primera vez en mucho tiempo y lloró, al principio con timidez, contrayendo su rostro—contenerse dolía, cómo dolía--y después abiertamente, soltando las manos de Jack para cubrirse la cara.
El muchacho no se movió de su sitio; se mantuvo frente a ella, quieto, observándola. Margarita pensó por un momento que se iría…que saldría corriendo, o que se echaría a reír. Pero nada de esto ocurrió. Para Jack, el sufrimiento ajeno no tenía gracia…y desde luego no sentía el más mínimo deseo de irse. De hecho, inexplicablemente, conservaba aún una erección considerable que palpitaba caliente bajo los pantalones, dura como una piedra, haciéndole daño contra la tela vaquera. Nunca se había sentido tan conmovido y excitado a la vez, y aquel cóctel imposible de emociones le estaba matando. Sintió que las orejas le ardían de la vergüenza. Dios santo, ¿cómo era posible empalmarse en una situación así?
--Lo siento—volvió a sollozar Margarita, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.
Levantó los acuosos ojos hacia Jack y trató de sonreír.
--No sé qué me pasa…--añadió con voz temblorosa—yo no suelo…
--¿No sueles llorar?—inquirió Jack con una sonrisa, tratando de hacerle llegar aunque sólo fuera un poco de ternura.
Margarita sorbió con fuerza por la nariz.
--No…es decir, sí…--balbuceó ella—pero no con desconocidos…no con gente…
Jack se inclinó un poco hacia ella, incrustando en la entrepierna de los vaqueros su recalcitrante erección.
--Bueno, no pasa nada…--se movió a duras penas para acariciar con dedos trémulos las mejillas de Margarita, sin poder evitarlo—a veces es bueno llorar con alguien…llorar siempre cuando uno está solo es muy duro, ¿no?
La muchacha no daba crédito a lo que estaba oyendo. Le parecía imposible de creer que un desconocido casi total estuviera volcando en ella todo su cariño y su apoyo, aparentemente sin motivo…
--Sí…--consiguió decir—pero es que yo… lloro demasiado…
Jack sonrió y le pasó una servilleta acartonada del servilletero más próximo. Margarita se secó los ojos con ella y se sonó los mocos ruidosamente. Por fortuna, pensó, allí no había nadie más que pudiera verles ni oírles…salvo el reseco camarero que estaría metido en algún lugar detrás de la cortinilla de cuentas, dedicándose a sus cosas. La extraña intimidad que flotaba entre Jack y ella era un alivio…
--No hay nada malo en llorar—replicó Jack—aunque sí me gustaría saber qué es lo que te pone tan triste…--confesó.
Margarita se encogió de hombros. Realmente, Jack parecía querer saberlo, querer saberlo de verdad, no “necesitar una explicación”, una justificación para el llanto. Se dio cuenta de que muy pocas veces le habían preguntado el motivo de su tristeza, ninguna en realidad…tal vez porque la respuesta no le interesaba a nadie, tal vez porque ella se escondía demasiado bien. Tal vez porque en los tiempos que corrían no se estilaba preguntar esas cosas.
--No puede ser que tanta tristeza venga porque un par de piradas te llaman “culo bomba” y cara caballo…--continuó Jack, reflexivo—no puede ser sólo por eso, tiene que haber algo más…
La muchacha asintió sin hablar y reprimió un sollozo en la garganta.
--No las dejes hacerte daño—musitó Jack—a tus hermanas…esas cosas que te dicen son para morirse de risa, de verdad…Hay otro motivo, ¿no es cierto?
Margarita rehuyó de nuevo su mirada. La chica pareció de pronto un animalito acorralado.
--Hay más motivos…--ratificó Jack—ya lo creo que sí…
Volvió a extender la mano para tocar a la muchacha, y estrechó levemente su brazo derecho entre sus dedos.
--Tal vez te ayudaría contármelos…--musitó, buscando de nuevo los ojos de la joven. Él mismo desconocía la razón que le impulsaba a asomarse a aquel pozo negro, a tratar de encontrar respuestas en la oscuridad… Pero el hecho era que no podía dejar de hacerlo.
--Gracias, Jack—dijo Margarita, con la voz más firme—me encantaría hacerlo pero…
--Bueno, no te preocupes, tranquila…
--Pero no puedo…—sollozó ella angustiada, de pronto, ahogándosele la voz—no puedo Jack, es demasiado, es demasiado…es demasiado…
El muchacho la observó con detenimiento. Tan cerca se sentía de ella que él mismo estaba a un paso de echarse a llorar.
--¿Te…te molesta si te pregunto algunas cosas?—murmuró, no tanto movido por la curiosidad sino por el sincero deseo de ayudarla—Sólo tendrás que decir “sí” o “no”, ¿de acuerdo?
Margarita frunció el ceño temiendo que tal vez hubiera gato encerrado en aquella propuesta. Pero Jack no parecía querer molestarla…ahí sentado frente a ella, con el gesto del que escucha, los ojos verdes ligeramente entornados queriendo penetrar en los suyos…Jack parecía un amigo, pensó Margarita. Y se agarró a aquella idea…Después de todo, ella quizá no era tan horrible ni tan mala persona…después de todo quizá sólo estaba un poco “destruida”, y un poco cansada. Después de todo quizá se merecía tener algún amigo. De manera que asintió con la cabeza, indicándole a Jack que estaba de acuerdo con aquella proposición.
--Bien…--murmuró él—Si te hago daño, házmelo saber. Me has dicho que si respondes a tus hermanas tendrías problemas con tus padres…eso es cierto, ¿verdad?
La muchacha asintió sin mirarle.
--Vale…--corroboró Jack, pensando la mejor manera de formular la siguiente pregunta sin agredir a su compañera—con “problemas”…te refieres a que…bueno, ¿tus padres te harían daño?
Espero unos instantes la respuesta de la joven, que finalmente asintió en mitad de un silencio tenso.
Jack tomó aire.
--¿Puedo seguir?—preguntó
Margarita afirmó de nuevo con la cabeza de manera casi imperceptible.
--Bien…--el muchacho respiró hondo—con “daño”… ¿te refieres a que te digan algo? Ya sabes…insultos, malas palabras…
--Sí…--murmuró Margarita quedamente.
--Y… ¿a más cosas?
La muchacha palideció y se tapó la cara con ambas manos. A Jack ese gesto revelador le puso los pelos de punta.
--Mar…ellos…
--Déjalo, por favor—gimió la chica, sin apartar las dos manos de su rostro—no puedo hablar, no quiero…por favor…
A Jack se le abrieron las carnes. Una profunda desazón le caló hasta los huesos, y todo lo que tenía algo que ver con él—el entorno que le rodeaba, la cadenciosa música del transistor, incluso su miembro que cada vez estaba más tenso, inexplicablemente, como si tuviera vida propia—le dio absolutamente igual. Se levantó como impulsado por un resorte, colocó su silla junto a la de Margarita y rodeó a su amiga torpemente con los brazos, quedando la cabeza de ella sepultada en su pecho.
--Tranquila…--murmuró mientras ella sollozaba manchándole la camiseta de lágrimas—tranquila…




VIII.-Haz lo que quieras…y piensa bien qué es lo que quieres.

--Jack, oh Jack…—lloró Margarita contra el pecho de su nuevo amigo, que olía a ropa vieja y limpia—no quiero volver a casa…
Decir aquello le supuso un alivio violento, como el que se siente al vomitar.
Él la abrazó más fuerte, y apoyó la cansada cabeza en el hueco de su hombro.
--Tranquila…
Comenzó a mecer a Margarita dulcemente, acunándola entre sus brazos como si fuera una niña pequeña, adelante y atrás. Lejos de sentir vergüenza, la muchacha se sintió muy a gusto, a gusto como pocas veces en su vida…y se dejó llevar por las palabras de Jack, que eran palabras de calma, abrazada a su cuerpo como a una tabla de salvación.
--¿Por qué haces esto?—preguntó cuando sintió que pocas lágrimas le quedaban ya--¿por qué me consuelas?
--No lo sé—murmuró Jack. Tenía los ojos cerrados.
“Dios no existe, sólo nos tenemos el uno al otro” pensó inmediatamente, pero no lo dijo por miedo a pronunciar un disparate a los ojos de su amiga.
--¿No lo sabes?—preguntó Margarita, separándose unos centímetros del pecho de Jack. Y sin previo aviso se echó a reír, todavía con lágrimas en los ojos.
Jack la apretó contra sí y segundos después reía con ella, el cuerpo entero estremecido por una descarga de adrenalina terriblemente necesaria.
La risa normalmente es el antídoto del miedo, pero en aquel momento fue más que eso: fue una salvación.
--No lo sabes…
--No…--Jack sacudió la cabeza sin dejar de reír--sólo quiero hacerlo.
Margarita se recostó de nuevo contra el pecho de Jack, quien ya tenía la camiseta empapada, y se refugió en el rítmico latido de su corazón. En aquel momento, parecía que ese latido era lo único que era cierto en el mundo; parecía que ese latido era lo que movía la tierra…
--No quiero volver a casa, Jack—insistió Margarita—por favor, ayúdame.
Su amigo tiró de ella con suavidad hasta situarla frente a él. Los ojos de ambos se encontraron y se comunicaron de un modo veloz, mucho más certero que si hubieran utilizado palabras.
--¿No quieres volver?—preguntó despacio--¿estás segura?
Margarita clavó la mirada en los ojos verdes del muchacho, sin un asomo de duda.
--Estoy segura, Jack—y añadió, con determinación—Por favor, ayúdame.
--Vale…
Jack extendió una mano para secarle a su amiga las huellas de lágrimas que aún manchaban su rostro como cauces de ríos resecos.
--Haré lo que pueda…--murmuró—te lo prometo.
--Gracias...—respondió ella, con el leve aleteo de temor del que ve un precipicio frente a sí, y sabe que ha llegado la hora de saltarlo—Gracias, Jack…



IX.-A veces sólo queda esperar…y confiar.
Salieron del local con las manos entrelazadas, sin hablar. Había dejado de llover, y el cielo azul parecía ganarle poco a poco la batalla a las nubes, que se amasaban unas contra otras reacias a marcharse del todo.
--Vamos—murmuró Jack, rodeando con un brazo los hombros de Margarita que parecía de pronto muy cansada—voy a llevarte a un sitio seguro…y allí pensaremos qué hacer.
La muchacha levantó los ojos, enrojecidos e irritados de llorar.
--¿Dónde me llevas?—musitó.
--A mi casa—respondió resuelto Jack—confía en mí. Creo que ahora es el mejor sitio a donde podemos ir.
--Pero…
La decisión que su amigo imprimía a las palabras la tranquilizaba a la par que la asustaba.
Jack se detuvo y se giró un momento para mirar de frente a su compañera. Una vez más despertó y ronroneó en el fondo de su alma la infinita ternura que ya le era familiar cada vez que se acercaba a ella, cada vez que la miraba a los ojos.
--No te preocupes—murmuró, manteniendo fija la mirada en las pupilas de ella—haremos las cosas despacio. Iremos a mi casa y pensaremos qué hacer. Además tienes que secarte, comer algo y descansar…Sé que es fuerte la tentación de rendirse…pero, por favor, dame una hora. Dame tan sólo una hora para cuidarte. Déjate hacer.
Extrañas palabras…
Extrañas palabras las de aquel misterioso amigo, prácticamente incomprensibles pero sin embargo dotadas de una fuerza casi sobrenatural.
“Dame una hora. Dame tan sólo una hora para cuidarte. Déjate hacer…”
Margarita no tuvo fuerzas para negarse; en efecto estaba cansada, cansada de llorar… aunque al mismo tiempo se sentía aliviada, como si se hubiera despojado de algunas de las piedras que llevaba en la mochila. Pero el camino hacia la libertad era oscuro, parecido a una enorme cuesta arriba sin fin… y se le antojaba un trance difícil de pasar si no era de la mano de Jack.
De manera que tomó aire y saltó al vacío. Desde ese momento supo que, para bien o para mal, se había dejado caer en las manos de aquel adorable extraño…
…una hora…
…tan sólo una hora, se prometió.

X.-No hay mal que por bien no venga

La casa de Jack era blanca. Fue lo primero que le cruzó la mente a Margarita cuando, prácticamente remolcada por los brazos de su amigo, traspasó el umbral. Era blanca, luminosa, blanca por dentro. Como el alma de una buena persona.
Era blanca pero al mismo tiempo olía raro…
En el interior de la vivienda flotaba un aroma acre, enrarecido, como a bizcocho rancio y a sudor…o al menos eso fue lo que llegó a las fosas nasales de margarita nada más poner los pies en el estrecho pasillo que daba a las habitaciones.


continuará...